Ser o parecer / Analogías
El día de hoy escribiré acerca de un fenómeno mundial, ocurre en las grandes naciones desarrolladas y también en los países del tercer mundo: el consumismo o materialismo.
Resulta que la dinámica económica de hoy en día nos orilla a formar parte de la cultura de la complacencia inmediata, del tenerlo todo en el momento y no esperar. Mis abuelos sabían que podían adquirir únicamente lo que su presupuesto les permitiera, por ende, fueron siempre congruentes con ese principio, vivieron una vida frugal y también feliz. Los bienes materiales, aunque no abundaban en sus hogares, tampoco es que se echaran mucho de menos. En la actualidad postergar los deseos y en algunas ocasiones caprichos simplemente es inaceptable.
Los medios masivos de comunicación, a través de reiterados esfuerzos publicitarios, nos han venido sembrando desde pequeños ese estado de felicidad y satisfacción mediante el consumo. Reconocidas personalidades del mundo de los deportes, el cine, la actuación y la música se nos presentan “disfrutando” del placer de vivir obtenido, por supuesto, mediante la posesión del producto, bien o servicio en cuestión.
En una ocasión leí acerca de la maquila de pantalones vaqueros de marcas premium en Asia, el artículo resaltaba el hecho de que una prenda de alto standing es hecha en el mismo lugar y utiliza los mismos materiales que otra que es distribuida y vendida bajo otra más comercial. La diferencia la hace el posicionamiento de la marca. Pagamos por algo intangible, por una ilusión emotiva previamente anhelada, una aspiración.
Con independencia del estrato socioeconómico, es cada vez más común encontrarse, si se es muy observador, con el mundo de las apariencias. De lo anterior se deriva el titular de este artículo. Cada mañana que salgo de casa rumbo a mi trabajo me topo en los semáforos con un BMW, Mercedes Benz, Jaguar, Land Rover, Audi y la lista sigue. ¿Y qué decir de la ropa? Señoras con pelo de peluquería a las 7 de la mañana que visten armani y cargan un bolso Louis Vuitton. No estoy en contra del consumo de lujo, señalo los ejemplos anteriores como preámbulo para el desarrollo siguiente.
No veo nada malo en que alguien mediante el fruto de sus esfuerzos y habilidad para generar riqueza lo utilice como mejor le plazca. Lo que sí califico como anormal es que lo realicen cuando no pueden hacerlo y mejor aún, sea sólo por pertenencia social, mejorar la autoestima, o simplemente por tratar de impresionar al resto de los vecinos.
La aritmética es de gran ayuda al momento de ejercer nuestras erogaciones. Una simple resta entre nuestros ingresos y gastos nos arrojará una cifra (que espero sea positiva), a partir de este dato sabemos qué tal lo estamos haciendo. Recuerdo que en una ocasión escuché a Robert Kiyosaki, creador del best seller “Padre rico, padre pobre”, decir: “La clase media adquiere lujos primero, la clase alta los tiene después”. Me puse a reflexionar a este respecto por algunos minutos y concluí que era una radiografía muy certera de nuestra sociedad. ¿Qué hacemos cuando se incrementan nuestros ingresos? La respuesta, en la mayoría de las veces, es gastar en la misma proporción en bienes personales y de consumo. Ni por asomo se nos ocurre destinar esa cuantía en instrumentos de inversión y generación de riqueza futura. Solemos dejarnos llevar por ese promocional de la agencia de viajes, concluimos que nos falta esto o aquello y terminamos fundiéndonos el alza en pequeñas grandes “necesidades”.
He escuchado a manera de presunción comentarios como “mi marido gana tanto”, “le subieron el sueldo un 10%”, “le dieron más prestaciones y beneficios en la empresa”, etc. Y al entrar en materia darte cuenta que a pesar de obtener cantidades exhorbitantes de dinero mes a mes, año con año, los ahorros e inversiones no superan unos pocos miles, o peor aún, están en deuda permanente. Tal vez conduzca un lujoso sedán de varios cientos de miles, conozca las bahamas y las islas fiji, pero su patrimonio, su riqueza es tan escasa que ante un imprevisto no puede salir avante sin un préstamos de por medio. La vida es una montaña rusa en la cual transitamos por subidas, pero también por bajadas. Es mejor estar preparado para ambos escenarios, de lo contrario podemos llevarnos sorpresas increíbles y dolorosas.
En su libro “El millonario de al lado” Thomas J. Stanley detalla los descubrimientos de una investigación amplia y a conciencia que realizó acerca de los hábitos y costumbres de los millonarios en los Estados Unidos. Entiéndase que un millonario es aquella persona cuya riqueza personal comienza a contarse con 7 cifras. Stanley no se refiere a los acaudalados cómo aquellas personas que ganan más dinero mediante su ingreso activo, sino a aquellos que viven por debajo de sus medios, que ahorran e invierten con rigor, independientemente de si es un buen o mal año. La sorpresa del autor es percatarse que quiénes poseen millones no son los que conducen un Rolls Royce o viajan en aviones privados, por el contrario, son aquellos que compran su ropa en grandes superficies y visten un reloj de pocas decenas de dólares. Por ello, concluye, son ricos. La psicología del dinero aplicada.
La opinión de César Omar Ramírez de León: Empresario, Consultor en Finanzas Personales e Inversionista en el Mercado de Capitales.